He
de reconocer que he seguido con cierta desgana el debate que hoy ha
finalizado en el Congreso de los Diputados. Creo que lo que ocurre dentro del
Hemiciclo importa cada vez menos fuera, por muchos sufrimientos que nos esté reportando.
Según
el Presidente Rajoy, esto está en vías de solución. No hay en él el menor
atisbo de autocrítica. España es un país que desde que él gobierna ha
recuperado la credibilidad y genera confianza en eso que llaman los mercados.
Ha tomado medidas que están dando frutos. Pese a que superamos los 6 millones
de parados, la reforma laboral está resultando positiva. Eso que llaman
recortes es un invento de la izquierda. Y de la corrupción, ¿qué podemos decir?
Que es un problema de los otros, socialistas y nacionalistas catalanes. Eso es
un problema que su partido ya dejó solucionado cuando echó a un tipo sin nombre
que les salió rana (y que, por cierto, seguía cobrando del PP hasta hace unos
minutos). Los desahucios no existen, al igual que la sanidad y las personas
dependientes. Y si algo va mal es culpa de la herencia socialista. Promete,
además, nuevas medidas (empecemos a temblar). Una hora y media de discurso autocomplaciente,
en el que no faltó eso que tanto le gusta, hacer oposición a la oposición.
A
todo esto, Ana Mato, que debería haber sido cesada con carácter retroactivo,
tranquila y sonriente.
Rubalcaba
asume responsabilidades en un tema tan delicado y que tanto dolor está causando
como son los desahucios. Rubalcaba está bien, aunque aparece reo de un pasado
demasiado reciente. Aporta alternativas. Pero en su afán de ser didáctico y constructivo deja
escapar vivo a Rajoy. Obvia entrar a fondo y con mayor dureza en los numerosos
temas de corrupción que están minando al PP: Gürtel, Bárcenas, Brugal, Mato, … (¡Si
hubieran pillado una oportunidad así el PP en la oposición!). Deja pasar la
ocasión de decir alto y claro “váyanse a su casa usted y sus secuaces por
golfos y por mentirosos”.
La
calle está indignada. Y si queremos recoger el verdadero sentir del pueblo,
debemos indignarnos y transmitir este estado de ánimo en cada una de nuestras
intervenciones. Ofrecer soluciones, sí, pero exigir responsabilidades y
pulcritud en el ejercicio del servicio público.
Me
queda en la retina un Rajoy aplaudido durante dos minutos por la bancada
popular puesta en pie (¡para estos espectáculos son únicos!). No parece que
estemos en país acuciado por el desempleo, los desahucios, la corrupción, el
descrédito de la clase política, la desigualdad creciente, y lo que es peor, la
falta de expectativas. No, Rajoy no se avergüenza de sus mentiras, del
incumplimiento de su programa electoral, de sus contradicciones, de la
situación de su Partido envuelto en numerosos casos de corrupción. Para avergonzarse hay que tener vergüenza previamente. Rajoy saca
pecho, presume (“he cumplido con mi deber”) y sale del Congreso satisfecho,
sonriendo. Cree disponer de un nuevo balón de oxígeno para seguir apretándonos. ¡Todo sea
por la reducción del déficit público!
¡Decepcionante!
Así, ¿cómo pretendemos que la ciudadanía crea en la política?
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