Que los
pactos entre diferentes fuerzas políticas son buenos es algo evidente y una
consecuencia de este nuevo tiempo. No hemos estado acostumbrados. Pero parece
que, al menos a corto y medio plazo, las mayorías absolutas han dado paso a
minorías que obligan a la negociar.
Pero para
que este nuevo estilo se traduzca en la práctica en una buena gobernabilidad
requiere una premisa: la voluntad de pactar. El enrocamiento en negociaciones
imposibles no es lo que la ciudadanía quiere. Cuando votamos, en buena parte
más con el corazón que con la cabeza, manifestamos nuestro apoyo a una opción,
ya sea por convicción o como castigo a las otras. Pero la vida sigue y lo que
queremos al día siguiente es un gobierno que aborde y solucione nuestros
problemas, que nos haga la vida más fácil. A la inmensa mayoría de los
ciudadanos no le interesa el “juego de tronos”. Sólo quiere un municipio, una
región y un país más justo, más próspero, más habitable.
Se habla
ahora de acabar con la vieja política y dar paso a un nuevo tiempo. Yo comparto
esta idea, pero probablemente no coincida en el contenido de estas
afirmaciones. Para mí, supone cambiar en la forma de hacer política de una
forma real, no de cara a la galería. Limpieza democrática, transparencia, participación y
rendición de cuentas, pero de verdad. Y poner los medios para que ello sea
posible.
Transparencia
no es retransmitir en directo o levantar actas de las negociaciones previas a posibles
pactos. Ello sólo contribuye a que todos los participantes midan en exceso sus
palabras, no se expresen libremente y a posturas excesivamente constreñidas. Lo
importante ahí es llegar a acuerdos que garanticen una eficaz gobernación,
plasmarlos por escrito y después llevar a cabo un seguimiento eficaz del
cumplimiento de los mismos.
Para cambiar
la vieja política viciada y acomodada hay que ir libre de bagajes, sin
estereotipos ni ánimo de revancha. Y querer gobernar, porque es la única forma
de poder transformar la sociedad. Hay que querer meterse en el barro, aun a
costa de mancharse.
La vieja
política es la que nos ha traído corrupción, desigualdad social y lo que es
peor una sensación entre la gente de que nada se podía hacer, de que esto no
tenía remedio. Por eso, estos nuevos partidos o agrupaciones electorales a
partir movimientos ciudadanos han supuesto un revulsivo y han generado una expectativa
de cambio y están obligando a los partidos tradicionales a “ponerse las pilas”.
Pero ahora
toca remangarse y ponerse a trabajar. La política de tertulias y de arengas
debe dar paso a la realidad y allá donde tengan capacidad de gobernar y de
colaborar para conseguir el objetivo perseguido, no hay excusa para no hacerlo.
La sociedad
ha votado cambio de rumbo. Y permitir que todo siga igual por parte de quien
puede y ha defendido vehementemente cambiarlo no es nueva política. Forma parte
de las mismas estrategias electorales de toda la vida. Y para ese viaje no
hacen falta alforjas.
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